Orula estaba casado con Yemayá, pero en
una ocasión que se encontraba en el campo buscando alguno de los ingredientes
que necesitaba para trabajar su Ifá, se encontró con Oshún.
La hermosa mujer ejerció sobre él un hechizo fulminante.
Tras un rato de conversación, el adivino la invitó
a hacer el amor a lo que la mujer accedió gustosa.
–¿Dónde vamos a ir? –dijo Oshún con su voz dulcísima que envolvía a Orula–.
Aquí nos pueden ver.
Caminando, encontraron un pozo cuyo brocal estaba cubierto por un calabazar muy
tupido y el hombre decidió que aquél era el lugar más apropiado.
Yemayá, que había salido al campo en busca de provisiones para su hogar, pasó
por allí cerca, vio aquellas apetitosas calabazas y se acercó a tomar algunas.
Oyó voces y comenzó a buscar de dónde provenían.
No tardó mucho la dueña de los océanos en descubrir la infidelidad que estaba
cometiendo su marido dentro de aquel pozo oculto.
–Oshún –dijo Yemayá indignada–, ¿tú que eres mi hermana?
La noticia corrió como pólvora.
Todos los orishas supieron de la aventura del viejo
Orula con su cuñada.
Oshún, avergonzada, sufrió tanta pena que nunca más
probó una calabaza para no recordar aquel incidente.