Por sus poderes ilimitados muchos de ellos realizan grandes metamorfosis por las vías más inesperadas, en las invocaciones de los sacerdotes y sacerdotisas de una religión milenaria que les rinde culto a cada uno de ellos en particular y a la totalidad de ellos, encabezados por el gran Obbatalá, el creador de todo lo conocido, el que dio origen a todos los hombres, y por Yemayá, la madre de todos los "encantados", la dueña de las corrientes marinas y de todo lo que atañe al mar.
Son libres y se comunican con quien quieren, cuando quieren o cuando pueden, en virtud de sus propias ocupaciones que no les permiten estar dispuestos a satisfacer los caprichos de cualquiera, no siéndole dado a nadie el hacerlos venir contra su voluntad; es preciso esperarlos, tomarles el paso y generalmente cuando menos los esperamos, se presentan con hechos concluyentes y por demás interesantes.
Para asegurar su regreso al mundo de los hombres, investidos de poderes especiales, dotados de la suprema autoridad, asentándose sobre las cabezas, tomando posesión de los hombros, las caderas o las piernas de sus hijos, estos Orishas tienen la peculiaridad de presentarse en este mundo en "posesiones" inverosímiles que les permiten mantener su integridad y su presencia, manifestandose en oportunidad de los bailes y fiestas que los devotos realizan en su honor, utilizando todo su poder para adueñarse de la voluntad del creyente, para manifestarse y expresarse a través de él, creándoles una debilidad, un mundo de ensueño, una sensibilidad poderosa e irresistible, una facultad de combinarse con el "ente" con una creciente rabia y desesperación que raya con la angustia, pues no les basta con querer mostrarse, es preciso que al creyente se le permita establecer con más facilidad la comunicación, recibiendo la fuerza de vida que emana de ellos, plegándose a la voluntad de los dioses, pero también robusteciéndolos.
Ellos le dan a su presencia diversas apariencias de su agrado y en consecuencia producen efectos más o menos pronunciados que obedecen a la estimulación producida por ellos, tomando posesión, dignando trasladarse a su cuerpo para manifestarse, o por el trance místico del participante, que en una relación llena de fervor, golpeando con ímpetu desbordado los tambores, acelerando su ritmo y añadiendo a éstos el sonar de los güiros, las campanitas y diversos objetos que produzcan ruido, pretenden llamar la atención de las supremas entidades, procurando con su intervención captar el lenguaje peculiar de los seres invisibles, intensificando su poder para la posesión del creyente y provocar de esta forma la "bajada del santo", ya que los dioses son atraídos por los sonidos de estos instrumentos, que son parte de sus atributos, por la armonía y la simpatía hacia el ejecutante con quien tienen empatías secretas, por las semejanzas de caracteres con el "poseso" y la similitud de sus gustos, las relaciones que mantienen con sus semejantes y aquellas que establecen consigo mismo.
Tabaré Güerere
CONTINUARA...