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jueves, 9 de junio de 2011

TUMBA DE ALLAN CARDEC

TUMBA DE ALLAN CARDEC
MAESTRO DEL SILENCIO
El cementerio Père Lachaise de París, uno de los espacios monumentales de obligada visita en la capital de Francia, donde reposan los restos de una multitud de celebridades.
Allí esta enterrado Allan Kardec, el codificador del espiritismo, teoría fantástica de la que yo conocía cosas por la lectura de novelas policíacas inglesas.
Scotland Yard recurría a los servicios de ciertos médiums en casos desesperados.
Incluso la CIA y el KGB.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, el mundo occidental vive la expansión del positivismo científico y la mentalidad materialista.
En la otra cara de la moneda, resurge una irrefrenable inquietud por los misterios que pudieran aguardar al ser humano después de la muerte.
Ya en 1847 se habían producido los extraños fenómenos de Hydesville (NY, USA), en casa de la familia Fox, con aquellos temblores de las paredes, los muebles volando, los porrazos a diestro y siniestro, etc. Kardec, seudónimo de Hippolyte Léon Denizard Rivail (1804-1869), fue el que sistematizó la llamada Doctrina Espírita, definida como “La ciencia que trata la naturaleza, origen y destino de los Espíritus, así como sus relaciones con el mundo corporal”, la cual, filosóficamente, “comprende todas las consecuencias morales que dimanan de esas mismas relaciones”. Todo este desconcertante aparato de ideas fue desarrollado por Kardec, entre 1857 y 1868, en cinco tratados que configuran el Pentateuco Kardecista: auténtico evangelio del espiritismo en el que se exponen los fundamentos y la praxis del asombroso reino de los fantasmas. Allan Kardec, que al principio se mostró escéptico, dijo: “Yo creeré cuando vea, y cuando consiga probar que una mesa dispone de cerebro y nervios, y que puede tornarse sonámbula”. 
Veladores parlantes, tableros de güija, ectoplasmas, psicofonías, reencarnaciones, poltergeist y demás gatuperios y espectáculos. 
Los avances tecnológicos han venido, en determinadas condiciones, a fortalecer el obsesivo deseo del hombre por descubrir los enigmas del más allá. 
Un deseo, al día de hoy, más agitado que nunca, cuando se mezclan —en sulfúrico y cibernético potaje— magia, ciencia y religiones. 
Así ha sucedido a lo largo de toda la historia, desde la época de las cavernas y antes del fuego. 
Pero de igual manera los gobernantes consultan, a escondidas, a videntes y brujos; y esto es algo que se acaba sabiendo
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