En una ocasión se reunieron los orishas y
acordaron:
“Vamos a quitarle el poder a Olofin porque
ya está muy viejo y no puede mandar.”
Pero Olofin era temible y nadie se atrevía a desafiarlo.
Uno de ellos tuvo la idea de darle un susto mortal.
“Se muere de miedo cuando ve un ekuté”, dijo.
“Si le llenamos la casa de ratones, huirá y
nosotros seremos los dueños del mundo.”
El plan fue aprobado, pero olvidaron que Eleggua estaba detrás de la
puerta y lo había oído todo.
Elegguá fue para la casa de Olofin y se escondió.
Después llegaron los orishas y lanzaron ratones
dentro del ilé.
Olofin, temeroso, gritó al verlos:
“Los ratones
me van a hacer daño.
” Y corrió hacia la puerta para huir.
Pero delante de él iba Elegguá diciendo:
“Párese, Babá, que ningún ratón le hará daño.”
Al mismo tiempo que gritaba, se los iba comiendo.
Elegguá se comió todos los ratones y Olofin, lleno de furia, castigó a los
conspiradores.
Entonces le preguntó a Elegguá:
“¿Qué puedo hacer por ti?”
“Concédame el derecho de hacer lo que me venga en
gana”, le respondió.
Desde entonces Elegguá es el único que puede hacer lo que mejor le convenga.