LOS IBEYIS
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Está representado por dos deidades idénticas que son Taewó y Kaindé y una más que es Ideú,
Son capaces de salvar de la muerte y de lo malévolo.
Se encuentran en los caminos de los montes y protegen a los caminantes. Personifican la fortuna, la suerte y la prosperidad.
Uno de los símbolos más importantes de los Ibeyis son los tamborcitos con los cuales vencieron a Abita.
Se pueden representar por dos figuras, una de hembra y una de varón, dos de varón o dos de hembra.
Están fuertemente asociado a los niños y particularmente a los niños gemelos y a los mellizos.
El collar del Ibeyi varón es un collarcito de Shangó y el del Ibeyi hembra es de Yemayá y el collar de los Ibeyis que usan las personas es de tramos de los collares de asiento de Obatalá, Yemayá, Oshún y de Changó; siendo una mitad del collar idéntica a la otra.
Odun Isalaye de los Ibeyis Otura Di
Patakín de los Ibeyis
EL CAMINO DE LOS IBEYIS
Al principio de la religión se cerraron los caminos; no se sabía el por qué, ni las causas que lo motivaban y nadie podía transitar por ellos y los pocos que se aventuraban, jamás regresaban y la comunicación entre los habitantes del país se hizo imposible, viviéndose cada cual cautivo en su hogar, viajar era morir.
De un lugar y de otro la vida quedó estancada.
Sin embargo, hubo hombres que prefirieron el infortunio a una vida y una felicidad monótona y se marchaban de sus pueblos para sucumbir más adelante en las rutas desconocidas y cerradas.
En uno de aquellos pueblos vivían un matrimonio de negros de nación el cual durante muchos años había engendrado muchos hijos entre hembras y varones y tan pronto los varones crecían le decían a sus padres:
"Babá Ni Lo Lade"
Y se marchan por la ruta sin regreso.
Las madres lloraban y decían:
"Omó; Omó Umbo Son Son"
Y así uno a uno se perdían.
Ya estando muy viejos, sin darse cuenta, engendraron unos jimaguas y cuando nacieron, la alegría fue sin límites y todos admiraban a los jimaguas los cuales dormían en una cama de yagua seca y sobre tablas de palmas
Ellos traían en el cuello unos collares de perlas y azabaches y una cruz de asta y en su cuello refulgía un brillo como la luz del divino Obatalá.
El mayor se llamaba Taiwo y el menor Kaindé.
La madre los crió con pasión reverente, porque eran hijos de Eluba, Orisha Changó, fuerte entre los fuertes y herederos universales de Olofin, el creador de la vida.
Estos niños eran los únicos que acariciaba Iyansa, la divina señora del comercio de la plaza y puertas del cementerio.
Los alimentaba con epó.
Para honrarlos, se hicieron grandes ceremonias y para contentarlos se bailaba y cantaban cantos de los Ibeyis, los cuales aparecían alegres y revoltosos, extremadamente unidos.
Pero los jimaguas lloraban por sus padres-Taita- y repetían las misma palabras que sus hermanos anteriores y todas las mujeres comenzaron a llorar y a lamentarse por la suerte que iban a correr, pero había una anciana centenaria, ya tullida por los años, la cual en sus años mozos fue el mejor caballo de Ogbalube en aquella tierra, se desentumeció milagrosamente y la vida por un instante la impulsó a que su corazón se rebozara de vida e irguiéndose arrogantemente alzó su voz dominando el coro de las demás mujeres y aquellos llantos se convirtieron en cantos de alegría y entorno a dos platos de madera exactamente iguales, las negras alborotadas batieron palmas y bailaron la ronda de los Ibeyis.
Los Ibeyis llenos de regocijo, se fueron alejando por la manigua y al cabo de los siete días estaban dormidos debajo de los iguí cedro, ácana, jocuma, yaya, entre otros.
Un buen día, aparecieron delante de ellos el chichicaste, mamelita y agua, los tres palos malvados del bosque e hicieron marchar a los Ibeyis de aquellos parajes.
La solución es un Secreto de Ogunda Biogde.
Al cabo del tiempo, y después de vencer infinidad de obstáculos regresaron y mostraron el camino por el cual la vida debía continuar.