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miércoles, 26 de agosto de 2009

PATAKIE "YEWA"

PATAKIE "YEWA"
PARTE I
Al verla llegar, proyectando su silueta lúgubre con aspecto de esqueleto sobre la puerta de la casa, supo que había llegado la Ikú, la muerte, con su séquito de espíritus dispuestos a llevársela.
Exasperado por el miedo, un pájaro, atrevido y lleno de coraje, mientras los demás animales retrocedian sin cesar, salio a su encuentro dispuesto a abalanzarse sobre aquella figura demoníaca.
Era dueño de muchos animales que convivian con él dentro de la casa, conocía bien el lenguaje de los animales, todos los animales le temen a la Ikú, su vista les resulta horripilante, por eso los animales empavorecidos, pero cada uno a su manera, expresaron su terror en el tono mas estridente, sólo el loro y el gato permanecían impasibles, mientras el gato le decía al loro:
-La mujer el dueño está muy enferma y pronto se va a morir.
El loro le respondió con tono decido:
-La mujer del amo no morirá, por muy malas que sean sus dolencias, no morirá, no hay que ser cobardes y prepararse para defenderla cuando entre la Ikú con sus intenciones agoreras.
Los animales alejan de las casas a la muerte, recogen el "daño" o la enfermedad que puede atacar en cualquier momento a su dueño o a los miembros de su familia, por efecto de la susceptibilidad, de la antipatía o del justo enojo de los Orishas; de los odios, de las venganzas ocultas que el arte y el poder del brujo malvado satisface sin piedad.
La enfermedad se debe también, a veces, a la acción o aversión que pudiera ejercer el espiritu de un muerto sobre algún individuo.
Por eso a los muertos hay que tenerlos contentos y bien dispuestos, hay que respetarlos tanto como a los Santos, airados que nos envían enfermedades y todo género de calamidades, para dar luz a sus almas desencarnadas que se encuentran a oscuras, invocando su alma con el fin de conocer su voluntad y cumplirla; de auxiliarla si se halla turbada y de elevarlo si es un ser pegado a la tierra, atrasado en su evolución inmaterial.
Durante varias semanas, al enfermar gravemente su mujer, esperó que la muerte recobrara su propio ritmo mientras todos los miembros de la familia se mostraban desesperados tratando de socorrerla con yerbas, palos y vasos de agua, preparando talismanes y amuletos o dando rienda suelta a sus llantos copiosos y a sus alaridos desesperados, el hombre permanecía tan tranquilo como de costumbre, resignado a esperar los designios de los dioses, a oír la voz de los grandes caracoles anunciando que se había cerrado el ciclo vital.
CONTINUARA...
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